Fiestas. Tender la mesa

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Cada vez que nos sentamos a una mesa para comer nos asomamos a una larga y compleja historia. Tanto la mesa como las sillas han sido construidas por alguien en algún lugar. Acaso esas mismas personas, u otras, han preparado o recogido las materias primas para la producción. 
Otros han tejido o fabricado el mantel. 
Otros manufacturaron la vajilla. 
Para que los alimentos estén ante nosotros listos para consumirlos, hay quienes proveyeron los ingredientes, ya sea sembrándolos, cosechándolos o procesándolos de diferentes maneras. Y hubo los que los prepararon, transformándolos, cociéndolos, condimentándolos, transformándolos. 
Cuando comenzamos a masticar ese bocado se cierra un largo relato que incluye a muchas personas. La mayoría no se conoce entre sí, quizás nunca pasaron por los mismos lugares o que ni siquiera hayan coincidido en el tiempo, puesto que sillas, mesas y vajillas pueden perdurar a través de siglos, mientras que las personas y los alimentos son perecederos. Por este acto cotidiano, que incluso podemos atravesar distraídos, debemos gratitud a mucha gente. 
Comemos, porque varias generaciones nos prepararon la mesa. 
El acto de sentarnos a la mesa es un llamado de atención sobre nuestro lugar en la cadena de las generaciones y la continuidad de la especie y del planeta, sobre la responsabilidad que tenemos hacia los otros y sobre la gratitud. 
Toda comida puede tener alma propia y producir encantamiento, solo se necesita un grado de atención y el hábito de hacer las cosas con cuidado e imaginación. 
En una era de fugacidades, de ansiedad, de velocidad extrema y disfuncional, de adoración de lo nuevo, en una época de roces sin contacto, de mas conexión que comunicación, es fácil olvidar que el mundo que habitamos ha sido preparado por otros para nuestra llegada y nuestro tránsito y que nos espera el deber de agradecerlo, honrarlo, cuidarlo, conservar de él todo lo valioso para la memoria colectiva. 
Si solo nos dedicamos a masticar y seguir de largo, el alma habrá perdido su alimento. 


Fuente: 
Revista La Nación. 
Sergio Sinay. 
Noviembre 2015. 
La Vida Buena. 
El Reencantamiento de la vida cotidiana. 
Thomas Moore.

"Cuento el oso y la muñeca" de M. Lastowiecka

Contame un cuento. La verdad sobre Papá Noel

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Hace muchos, muchos años, en vísperas de una Navidad, al escritorio del editor de un importante diario llego la carta de una nena –Virginia- que decía: querido Editor: soy una nena de ocho años. Algunos de mis amiguitos dicen que Papa Noel no existe. Pero mi papá dice que si sale en el diario, es cierto. Por favor, dígame la verdad ¿Existe Papa Noel? 

El editor contesto así: Virginia: yo creo que tus amiguitos están equivocados. Ellos han sido afectados por la incredulidad de estos tiempos. No creen más que en lo que ven sus ojos. Piensan que aquello que sus pequeñas mentes no pueden comprender no existe. Todas las mentes, Virginia, sean de adultos o de niños, son pequeñas. 
En nuestro vasto universo el hombre es un simple insecto, una hormiga, cuya inteligencia no resiste la comparación con el mundo ilimitado que la rodea.  Si Virginia. Papa Noel existe. Su existencia es tan real como el amor, la generosidad y la devoción y tú sabes que éstas abundan y dan gozo y belleza a tu vida. ¡Que sombrío sería el mundo sin Papa Noel! No existiría la fe ingenua infantil; no habría romance ni poesía para hacernos tolerable la existencia. No tendríamos más gozo que el de los sentidos…. La eterna luz con que la infancia ilumina al mundo se extinguiría. ¡Cómo no creer en Papa Noel! Aunque no lo veamos ¿Esto que prueba? Nadie ve a Papa Noel. Pero es que hay cosas muy reales en el mundo que ni los niños ni los adultos ven. ¿Has visto alguna vez a las hadas danzando en el jardín? Por supuesto que no, pero eso no prueba que no estén allí. Nadie puede concebir o siquiera imaginar todas las maravillas invisibles que existen en el mundo. 
Tu puedes romper el sonajero de un bebe y descubrir que es lo que produce el sonido, pero el mundo que no vemos tiene un velo que lo cubre, un velo que ni el hombre más fuerte puede descorrer. 
Solo la fe, el amor, la fantasía, el romance y la poesía pueden descorrer esa cortina y permitirnos ver el cuadro de belleza sobrenatural y gloria que esta más allá de nuestros sentidos. ¿Es todo real? Ah, Virginia, no hay en este mundo nada más real y permanente que esa trascendencia. 
¿Qué no existe Papa Noel? Él vive y vivirá por siempre. Mil años después de ahora, Virginia, es más, diez mil años después de nuestro tiempo, el continuará alegrando con su espíritu el corazón de los niños…. 
Estas palabras fueron escritas por Francis P. Church, director asistente de The New York Sun y se publicaron el 21 de diciembre de 1897. Su destinataria era Virginia O Hanllon, de 8 años. Más de 100 años pasaron desde entonces pero conservan toda su ternura y vigencia. 


Fuente: 
Revista Clarín, domingos. 
Las más bellas historias de navidad. 
2008.

"La Navidad de Nicolás" de Agnes Laroche.

El duende que quería ser Papá Noel

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Tuk era el más bromista de los duendes que ayudaban a Papa Noel. Y por tal motivo, cuando intentaba decir algo serio, nadie le creía. Eso ocurrió cuando menciono que siempre había deseado ser Papa Noel por una noche.

Todos rieron, hasta Papa Noel, creyendo que se trataba de un chiste. Para demostrarles cuan fuerte era su deseo, se confecciono un traje igualito al de Papa Noel y peluca y barbas postizas. Y se lo puso, esa noche de Navidad. Pero en cuanto lo vieron, rodaron muertos de risa por el piso. Desilusionado, Tuk salió de la casa. El trineo estaba listo para salir. Los renos al mando de Rudolf resoplaban de impaciencia y la bolsa mágica de Papa Noel brillaba en la penumbra. Se subió al asiento y se imagino surcando el cielo y cruzándose con estrellas y nubes que lo saludaban al pasar. Y sin poder contenerse, grito: - Jo, jo, jo!!! Vamos Rudolf, a volar!!!!!!!!!!!!!!!!!! Tan buena fue su imitación de la voz de Papa Noel, que Rudolf no noto la diferencia y emprendió la marcha. Tuk abrió los ojos y tiro de las riendas tratando de frenarlo. Por el contrario, los renos aumentaron la velocidad hasta que Rudolf dio la señal de partida y el trineo se elevo hacia la negrura de la noche. Tuk miro hacia abajo y vio a Papa Noel y los duendes que salían de la casa y gritaban señalándolo. Ay, ay, ay!! En que lio se había metido!!!! Estrellas y nubes lo miraban con enojo porque esperaban ver pasar a Papa Noel y no a un imitador. Suspiro de alivio cuando Rudolf finalmente descendió abruptamente, se detuvo, y quedaron flotando sobre una gran ciudad. Pero cuando Tuk le ordeno regresar, ni Rudolf ni los otros renos obedecieron. No podía volver, pero tampoco podía dejar que esa navidad los arboles quedaran vacios. Así que tomo los mapas y las notas de Papa Noel y las estudio al derecho y al revés hasta que creyó entender cómo debía repartir los regalos. 

Bajo y subió por chimeneas y dejo obsequios por doquier. La bolsa fue aliviándose y sonrió feliz. Había cumplido y Papa Noel no podría enojarse demasiado con el. Iba a partir, cuando escucho una voz lastimera: -Porque Papa Noel me hizo estoooo? Espió por otro lado y escucho – Ya no soy un bebe para que me regale chupetes!!!!!! – Y a mí? Que me regalo un video juego de lucha y yo quería el Harry Potter!!!!!!!!! Tuk salió de su escondite y les dijo: Lo siento mucho, me parece que me equivoque!!!!!! Hay un monstruo horrible en el comedor!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Dijeron los niños. Lleno de pesar Tuk volvió al trineo. Había arruinado la Navidad. – Jo, jo, jo!!!! Oyó de repente. –Papa Noel!!!! Exclamo. Lo siento quise hacer una broma y salió mal!!!!!!. Las quejas provenían de todos lados. 
Toma le dijo Papa Noel y le dio otra bolsa. Arréglalo!!!!. Tuk trabajo toda esa noche como nunca y cuando acabo,  no podía sostenerse en pie. Desde esa Navidad, nunca más dijo que quería ser como Papa Noel. Ni siquiera en broma.


Fuente: 
Revista Los Más Bellos Cuentos de Navidad. 
Clarín domingos. 
2008.