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Siempre se considero a la
estabilidad emocional como uno de los pilares más importantes de la
personalidad.
La diferencia entre las personas emocionalmente estables o
inestables es la facilidad con que presentan fluctuaciones en sus estados de ánimo.
Las personas estables suelen tener un mayor control de sus emociones, soportan
los inconvenientes de la vida, son más realistas, perseverantes, confían en
salir adelante, manejan sus impulsos con flexibilidad y control de la situación.
Prefieren enfrentar la realidad y no huir de ella. Y aunque pueden sentirse mal
no caen en persistentes bajones anímicos o estados ansiosos, lo cual les
facilita reponerse y superar lo pasado. Por el contrario, la persona inestable
suele no funcionar bien cuando los hechos de la vida no son satisfactorios y
deben enfrentar dificultades, imprevistos o frustraciones. Ante eventos de esa
naturaleza es común que sientan ansiedad, tristeza, bronca o culpa, cayendo en
persistentes preocupaciones, reacciones impulsivas, impaciencia y evidencian
poca confianza en sus propios recursos. Por lo tanto, se tornan volubles,
intentan evadir o negar los hechos con resignación, fobias, angustia,
trastornos de sueño o malestares somáticos. Se asustan mucho, guardan
resentimientos hacia los demás o a la vida misma y no pueden olvidar fácilmente
los sucesos negativos y seguir adelante. Perciben las situaciones comunes y cotidianas
como amenazas complejas de encarar y todo se interpreta como muy difícil.
Tres
factores facilitan estas situaciones en una persona:
La sobreprotección familiar.
La dificultad en el tránsito de la adolescencia para afrontar responsabilidades.
Y la búsqueda de manera inconsciente de constantes soluciones ideales.
Además,
es necesario asegurarse de que el sujeto no padezca un problema físico que
pueda causar su inestabilidad emocional, por lo que se requiere de estudios
completos y específicos y los que el médico considere necesarios para su
eventual detección.
Fuente:
Revista Viva.
Dr Norberto Abdala.
Febrero 2018.