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Si bien las ideas pseudocientíficas
del siglo 19 que fijaban reglas sobre como las características faciales
revelaban rasgos de personalidad fueron probadas como erróneas, hoy sabemos que
las personas tendemos a coincidir más que por azar en muestras primeras
impresiones sobre la apariencia física, aunque no siempre sean acertadas.
Se ha
observado que las personas cuyas caras parecen de mayor edad, que tienen labios
finos y arrugas en los contornos de los ojos tienden a ser consideradas más
distinguidas e inteligentes. Otros estudios mostraron que las personas adultas
con cara de bebe (ojos grandes y cara redonda) suelen verse como físicamente débiles,
ingenuas, honestas y agradables.
Los rostros simétricos se consideran
atractivos y se asocian con rasgos de personalidad positivos.
La expresión emocional
de un rostro también influye en las atribuciones sociales que realizamos.
Las caras que se consideran típicas en una
cultura, se perciben como más confiables para sus miembros que las que no lo
son.
La ciencia ha comprobado que no bien vemos a alguien, en milisegundos nos
formamos impresiones a partir de su cara sobre si es una persona confiable,
competente, dominante o agresiva. Y estas primeras apreciaciones impactan en
nuestra conducta. Estas conductas responden a mecanismos evolutivos, destinados
a generar respuestas que garanticen nuestra supervivencia, pero que también contribuyan
a promover estereotipos e incluso conductas xenófobas.
Fuente:
Revista Viva.
Junio 2018.
Dr. Facundo Manes, neurólogo, neurocientífico.