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Cada vez que nos sentamos a una mesa para comer
nos asomamos a una larga y compleja historia. Tanto la mesa como las sillas han
sido construidas por alguien en algún lugar. Acaso esas mismas personas, u
otras, han preparado o recogido las materias primas para la producción.
Otros
han tejido o fabricado el mantel.
Otros manufacturaron la vajilla.
Para que los
alimentos estén ante nosotros listos para consumirlos, hay quienes proveyeron
los ingredientes, ya sea sembrándolos, cosechándolos o procesándolos de
diferentes maneras. Y hubo los que los prepararon, transformándolos, cociéndolos,
condimentándolos, transformándolos.
Cuando comenzamos a masticar ese bocado se
cierra un largo relato que incluye a muchas personas. La mayoría no se conoce
entre sí, quizás nunca pasaron por los mismos lugares o que ni siquiera hayan
coincidido en el tiempo, puesto que sillas, mesas y vajillas pueden perdurar a través
de siglos, mientras que las personas y los alimentos son perecederos. Por este
acto cotidiano, que incluso podemos atravesar distraídos, debemos gratitud a
mucha gente.
Comemos, porque varias generaciones nos prepararon la mesa.
El
acto de sentarnos a la mesa es un llamado de atención sobre nuestro lugar en la
cadena de las generaciones y la continuidad de la especie y del planeta, sobre
la responsabilidad que tenemos hacia los otros y sobre la gratitud.
Toda comida
puede tener alma propia y producir encantamiento, solo se necesita un grado de atención
y el hábito de hacer las cosas con cuidado e imaginación.
En una era de
fugacidades, de ansiedad, de velocidad extrema y disfuncional, de adoración de
lo nuevo, en una época de roces sin contacto, de mas conexión que comunicación,
es fácil olvidar que el mundo que habitamos ha sido preparado por otros para
nuestra llegada y nuestro tránsito y que nos espera el deber de agradecerlo, honrarlo,
cuidarlo, conservar de él todo lo valioso para la memoria colectiva.
Si solo
nos dedicamos a masticar y seguir de largo, el alma habrá perdido su alimento.
Fuente:
Revista La Nación.
Sergio Sinay.
Noviembre 2015.
La Vida Buena.
El
Reencantamiento de la vida cotidiana.
Thomas Moore.