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Los celos, parte importante de las emociones humanas, no son agradables e implica el temor a perder algo que una persona cree que es suyo e intenta protegerlo y mantenerlo para sí.
Es un sentimiento común que afecta todos los vínculos y no respeta edad, sexo o niveles sociales. Los celos son universales, no innatos e inevitables y nadie puede no sentirlos.
El celoso es una persona en la que prevalece la inseguridad y la desconfianza. Existe una baja autoestima con una historia personal que arrastra descalificaciones o críticas que le impide sentirse merecedor del cariño o del afecto de alguien. Esta desconfianza opera de manera reiterativa y obsesiva y todo se estructura alrededor de los celos que lo lleva a buscar pruebas de engaño rechazando al mismo tiempo todo tipo de argumentos contrarios que pueda recibir. Da lugar a explosiones de enojo en reclamo de amor y fidelidad con una posesividad torturante, vigilante y controladora con la inevitable consecuencia de un marcado sufrimiento personal y tendencia a desestabilizar la relación de pareja y familiar, llegar al divorcio, a agresiones verbales y físicas o incluso a hechos más graves.
La persona celosa vive atormentada y oscila entre explosiones emocionales y posteriores arrepentimientos. Su tendencia a ver competidores o contrincantes lo lleva a no confiar en amigos ni compañeros con quien compartir su sufrimiento, a tener una existencia desgraciada y también hacer desgraciado a quien quiere por la exclusividad que exige.
Los celos están conformados por tres componentes: la posesividad, la sospechosa certeza de la existencia de un rival y el miedo a perder la quien se quiere.
La mera idea de que puede ser abandonado se convierte en un suplicio mental insoportable.
Los celos son tan complejos y abstractos que a veces no se sabe de quien tiene celos el celoso.
Fuente: Revista La Nación. Dr. Norberto Abdala. Consultorio.