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Lo importante es ganar. Todo. Siempre
Quien vive para competir hasta hacer de eso un fin último, difícilmente tenga paz y respiro. Cualquier descuido, cualquier reposo, puede ser el momento en que otro (sin saberlo o pretenderlo) le gane.
A quien se cree nacido para competir, lo mortifica que un simple y anónimo peatón lo rebase en la vereda. Si eso ocurre, aprieta los dientes, acelera el paso, pierde de vista todo lo que lo rodea, y, cuando recupera la punta, habiéndose ganado una taquicardia gratuita, mira de reojo al que tuvo la insolencia de desplazarlo de la vanguardia y sonríe con desafiante satisfacción. El rival, jamás se entera de que acaba de ser derrotado. El vencedor, da así una pequeña muestra de cómo vive. No atiende señales, incluidas las que le advierten que está a punto de sufrir un accidente, contraer una enfermedad, violar una ley, perder un afecto, destruir una relación o lastimar a alguien tanto física como emocionalmente.
Se dice que competir ayuda a superarse. Para eso es necesario comprender que se vive entre otros y con ellos y que al reconocerlos como prójimos y semejantes aumenta la posibilidad de que sean proveedores de oportunidades y de caminos para el propio mejoramiento. Se puede jugar con ellos, pero no contra ellos (aunque sean equipos diferentes)
Como en el ajedrez se puede perder y aprovechar las enseñanzas de los errores propios y de las destrezas del ganador. Se vive en fin, en campos de confrontación o en campos de cooperación. Cooperar hacia arriba sin quitar cualidades
Quizás el competidor serial gane todos los premios reales o imaginarios, quizás sus destrezas lo conviertan en campeón, lo hagan millonario, famoso, alimenten su ego y sea objeto de envidia. Pero nada de eso le traerá calma, sosiego. A una competencia le sigue la próxima.
Fuente: Sergio Sinay. Revista La Nación. Octubre 2014. Mi mejor versión