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La utilización del frío y el calor son, la
forma más antigua de las técnicas terapéuticas.
El hielo está indicado en los
periodos agudos, sobre todo en las primeras horas de producida la lesión. El
frio disminuye la temperatura produciendo cierre de los vasos capilares y
arteriolas de la zona. El hielo anestesia la zona dolorida y disminuye el
edema. El tiempo sugerido de tratamiento para enfriar un tejido, varía de 20 a
40 minutos, dependiendo de la sensibilidad de cada individuo y el grosor de la
capa de grasa que posea. En ocasiones existen sensaciones desagradables como
punzadas, quemazón, dolor o entumecimiento, pero solo en un principio y esporádicamente,
siendo más los beneficios que los perjuicios por lo que se aconseja continuar
la terapia alrededor de 3 o 4 días.
En cuanto al calor, es una terapia efectiva
para las patologías crónicas, para aquellos dolores de larga data, con meses o
años de evolución. El calor penetra más profundamente, produciendo un efecto más
duradero con respecto al frío. Cuando se aplica calor sobre una zona afectada
se observa un enrojecimiento de la piel, lo cual da prueba del aumento del
aporte sanguíneo sobre la superficie calentada, esto anula el espasmo muscular
que siempre está presente ante un dolor. Las formas más comunes de aplicación doméstica
varían desde las bolsas de arena, las almohadillas térmicas, hasta el ladrillo
calentado en el horno. Pero si se desean mejores resultados se deberá recurrir
a un profesional, porque la aplicación de calor por ondas cortas, lámpara infrarroja
y microondas es más eficaz y segura.
Fuente:
Suplemento domingo, diario El Día.
Dr. Norberto Furman.