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La mayoría de nuestras ciudades
no esta preparada para las personas con limitaciones físicas ya sea las
derivadas del lógico deterioro o enfermedades congénitas.
Es curioso como no
tomamos conciencia de estas cosas hasta que no nos toca sufrirlas en carne
propia. Pozos, baches, trabajos mal terminados, desniveles sin otra función que
la de hacer tropezar al ciudadano mayor que ha perdido agilidad y reflejos
rápidos para sortear tanto inconveniente.
El famoso y tan promocionado “tesoro
de la juventud” o en cantado “juventud, divino tesoro”, que ni lo oíamos por
estar embriagados por la insolente creencia de que a nosotros no nos iba a
llegar la triste etapa de la decadencia. ¡Grave error! Esta etapa llega más
tarde o más temprano. La vista falla, el oído no registra con claridad, las
articulaciones desgastadas nos convierten en barómetros humanos y comenzamos a
predecir lluvias, humedades y sequedades como nuestros abuelos de los que nos reíamos
al escucharlos decir: mañana seguro que llueve porque me laten los callos
plantales.
Las desconsideraciones y los malos tratos se intensifican cuando los
viejos no entienden algo.
La vejez es una etapa crítica para los seres humanos
como lo es la adolescencia.
Es tan poco lo que hay que hacer para ayudar, es
tan insignificante lo que se necesita para respetar el universo de los que nos
precedieron y educaron, es tan simple lo que hay que intentar para evitar males
mayores, que no se concibe que no se implementen medidas y que sólo se tome real
conciencia de lo difícil que es llegar a viejo cuando comienzan los achaques.
Fuente:
Revista La Nación.
Septiembre 2014.
Enrique Pinti.
Cambalache.