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Las primeras sombrillas tenían una
función ceremonial.
Los egipcios de la Antigüedad decían que la diosa celestial
Nut tenia la forma de la bóveda celeste. Su vasta sombrilla resguardaba a los
humanos de los males del mundo. Por eso, fabricaron a su imagen parasoles
redondos y abovedados para proteger a sus divinos gobernantes. Compartir la
sombra de un noble era un honor e implicaba que se tenía el amparo del monarca.
En India sigue siendo el símbolo de status. Es una suerte de templo móvil que
porta un sombrillero y sugiere realeza, o al menos una gran riqueza.
En la tradición
oriental abrir una sombrilla en un lugar cerrado era usurpar la condición divina.
Cuando en Europa se impusieron los paraguas y las sombrillas, alrededor del
siglo 18, no había ciudadano decente que no la tuviera.
Hace 2400 años los
chinos se burlaban del sol paseando bajo inmensos parasoles. En algunos vasos
pintados en Grecia se ven quitasoles hechos con hojas de árboles y los frescos
de los palacios de Tebas muestran sombrillas al igual que los bajorrelieves de
Ninive.
Hoy las sombrillas suenan casi extravagantes. No así los paraguas, que
perviven a pesar de que siempre pre amenazan con perderse. Se cree que en 1852
Samuel Fox invento el primer paraguas moderno, con mecanismos de acero,
perfeccionando así viejos diseños del siglo 18.
A partir del publicitado
agujero de ozono, en vastas zonas del planeta regresaron los paraguas vestidos
de sombrilla. Sobre todo, son ideales para zonas marítimas donde se asocian el
sol y la lluvia.
Ademas, los nuevos paraguas abandonaron el solemne negro
ingles y hoy exhiben colores chillones.
Fuente: Suplemento Clarín. El Viajero
Ilustrado. Enero 2015.